24 de agosto de 2009

Volviendo al Medioevo

En un flash back vayamos al pasado remoto. Imaginemos un castillo medieval, la elevación de las catedrales góticas, el tremendismo en las imágenes de los santos y los mártires, las vírgenes, ángeles y arcángeles, gárgolas con sus amplias gamas de demonios, todos ocupando desde estratégicas posiciones la mirada del hombre. El medioevo estaba dominado por el mundo de las imágenes, el anzuelo de la fe tan bien lanzado por el régimen eclesiástico de ese entonces, que mantenía a raya el control del pensamiento, a menos en su forma visual. Ritos, ceremonias y reliquias sagradas tomaron el control de los sentidos y llenaron muchas mentes de imágenes a fuerza de vaciarlas de reflexión.
Dicen algunos estudiosos, como el famoso escritor y semiólogo italiano Umberto Eco, que estamos volviendo al medioevo. El mundo de la imagen otra vez ha ganado espacio. ¿Y por qué medio nos hemos vuelto medioevistas? La trascendencia de nuestro tiempo pasa por mirar. Desarrollar la imagen con un vuelo jamás antes medido es el objetivo que impera. Lo podemos constatar en la proliferación de los efectos especiales, en la preocupación desmedida por la belleza perfecta de los cuerpos, la gigantografía, los realytis shows, las relaciones virtuales que están tan de moda. Vivimos en un mundo donde la apariencia (la imagen), gana todos los terrenos de manera nunca vista. Eco, en su tesis, formula un paralelismo entre las imágenes de cristo, vírgenes, apariciones y santos, con las imágenes virtuales de la computadora, del cine, de la televisión, de la relación virtual por medio de Internet. Alega que así como el monje estaba aislado con el conocimiento, lo mismo sucede con el hombre de hoy día en su aislamiento con la computadora. Otra vez volvemos a la elitización del conocimiento, al predominio de la imagen sobre el pensamiento, y compara a los monumentales shopinggs, con las grandes catedrales donde se desarrollaba la trascendencia de la vida, como se desarrolla ahora en los centros comerciales que ofrecen a la vista todo cuanto el hombre pueda necesitar ¿Y qué es lo que consumimos sino son imágenes? Parece que ya no existiera interés por la vida interior, hay un rechazo absoluto y temerario por la soledad, como si esta no fuera sanadora y reparadora, como si la soledad no permitiera conclusiones. Es que al aislarnos nos vemos obligados a vernos a nosotros mismos y como nos desconocemos tanto, nos causa temor y confusión. Entonces el bombardeo de las imágenes nos avasalla, nos permite olvidarnos de que tenemos otras necesidades, como la de cerrar los ojos y vernos por dentro. No estamos reparando en lo que sacrificamos a cambio. Sacrificamos nuestra verdadera naturaleza, la experiencia de vivir en lugar de ver. Nos conformamos con la vida de los otros a través de la televisión. Confundimos la sensación, alterándola hasta el punto de convertirla en sensacionalismo. Perdimos la capacidad de observar a la naturaleza como un misterio, la naturaleza de afuera y la interior.
¿Acaso el efecto final de tanta convulsión pasando a través de los ojos no es de cansancio, de hastío y otra vez de aislamiento? ¿Podremos volver a darnos cuenta de que lo que nos libera y nos realiza proviene del contacto tangible y real? La inteligencia se desarrolla con una mente observadora y despejada, fresca e intuitiva, que se esfuerza por encontrar soluciones y no por narcotizarse a través de los ojos. Entonces, ¿qué sucede estando a solas que nos atemoriza tanto? ¿Por qué cuando estamos frente a frente, cara a cara con alguien más, no sabemos qué decirle o no nos atrevemos a hablarle, cuando sí se nos ocurren un montón de absurdidades chateando por Internet? Cuando la experiencia es real, la sensación gana carácter sobre los ojos y el hilo de la comunicación es tan fuerte y tan lleno de energía que nos asusta, tan desacostumbrados estamos.
No podemos parar el sistema, pero, basta con elegir entre abrir los ojos para ver lo inmediato sobre nuestra nariz o cerrarlos para ver un poco más lejos y darle un valor más justo a nuestras vidas y advertir que el cambio sea, en lugar de sensacionalismo, sentido.
Por irina ráfols

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